EL CRISTAL CON QUE SE MIRA #104
COMPARTIMOS LA SUERTE
Leo estos días un adelanto de la última novela de Carlos Marzal publicada por Tusquets y titulada “Nunca fuimos más felices”. Ya en su prólogo, que da en llamar “Calentamiento”, muestra a las claras una declaración de intenciones tan contundente como emocionante:
“Este libro tiene por excusa el fútbol, pero es un libro de amor: de amor a mi hijo, de amor al fútbol, de amor a las cosas, de amor a la vida”.
Marzal, como todos, jugó al fútbol de joven y nunca fue más feliz. Marzal ahora, cumplidos ya los sesenta tacos, juega al fútbol por persona interpuesta, su hijo. Y nunca ha sido más feliz. Le acompaña al campo de entrenamiento ayudándole a llevar la bolsa de deporte como un fiel utillero, ejerce de chófer hasta donde haga falta para verle competir, se convierte en aficionado y sufre en la grada, se emociona con el gol de su equipo y aprieta los dientes con el gol del rival, atiende a las lesiones de su hijo como un fisioterapeuta y le programa las comidas más apropiadas y saludables como un nutricionista, va a por el balón si sale de la cancha como un entregado recogepelotas y ejerce de periodista deportivo local a la vuelta del partido contándoselo a sus amigos en el bar.
Y todo lo hace por amor. Por amor a su hijo, por amor al fútbol, las dos cosas que más alegrías le han dado en la vida. Ambos, padre e hijo, comparten ilusión, comparten la suerte de vivirlo juntos.
Pero esto no es un cuento de hadas. Cuando cierras el libro y levantas la vista, la realidad te regala cientos y cientos de ejemplos similares. No hay más que asomarse un día de partido por los aledaños del Sánchez-Pizjuán para comprobar cuántos padres llevan de la mano a sus hijos al fútbol, ambos con las mismas camisetas, con las mismas bufandas, con el mismo brillo en los ojos, igual que a ellos les llevaban sus respectivos padres años ha. Nunca fuimos más felices disfrutando de esas pequeñas cosas.
Venimos de ganar un derbi y ya suenan de fondo los agoreros que alertan de las borrascas que nos vienen encima de aquí a Navidad: que si el Real Madrid, que si el renacido de sus cenizas Barça (Ave, Xavi), que si el Atleti, que si todo lo más grande que termina en -burgo… Predicen nubarrones, chaparrones y decepciones. Y nosotros, que nunca somos más felices que cuando vamos al campo, que cuando nos juntamos en la peña o en casa con los amigos para ver los partidos por televisión, nosotros, si no nos importara un pito ese qué dirán, les hablaríamos de la suerte que tenemos de ver a nuestro Sevilla Fútbol Club en la situación en la que está, de la ilusión que nos hace que nuestros hijos vivan esta pasión y que cuenten las capitales de Europa por copas ganadas y no como una simple retahíla en clase de Geografía. Les diríamos que sí, que el Madrid, que el Barça y que lo que quieran, pero que nunca hemos sido más felices que en los últimos años y que, por supuesto, jamás se nos pasará por la cabeza gritarles a nuestros hijos que nos vamos del campo en el minuto 75. Porque, como dice Marzal en su prólogo:
“La única forma de no arrepentirnos de nuestras acciones reside en acometerlas por amor. Esa es la única fórmula conocida para no equivocarnos jamás, por más que nos equivoquemos a toda hora. Quienes aman son los sin culpa. Los felices”.
Coincidiendo con el parón liguero, la Administración de Loterías y Apuestas del Estado daba a conocer el tradicional anuncio de la Lotería de Navidad. En esa ocasión, ambientado en el bellísimo pueblo de Elizondo, en el norte de Navarra, y dirigido por los responsables de esa magnífica película que es “La trinchera infinita”. Si lo han visto, habrán podido comprobar que el anuncio se cierra con un lema: “Compartimos la suerte con quien compartimos la vida”. A nosotros, que tenemos la suerte de compartir nuestras vidas en torno al Sevilla Fútbol Club, estarán conmigo, ya nos ha tocado la Lotería. Nunca seremos más felices. O sí.
EDUARDO CRUZ ACILLONA