EL CRISTAL CON QUE SE MIRA #120
EL RESULTADO NOS DA IGUAL
No, es mentira, el resultado nunca nos da igual. Somos el Sevilla Fútbol Club y queremos que sea a nuestro favor. Siempre. Y punto. Concretamente, y tres puntos.
Pero esta vez, y sin que sirva de precedente, me apetece quedarme en las afueras. Lejos del marcador. Ajeno al análisis táctico y a la estrategia del entrenador. A lo más profesional y menos pasional. Esta vez, perdón por la licencia, me quedo en las afueras. Y me apetece contárselas.
Tras la resaca de aquello que daban en llamar El Gran Derbi, que paralizaba comidas familiares, sentimientos encontrados, relaciones personales, rechazos de futuro inmediato en Tinder, y que terminaba en un ya inamovible y merecido dos a uno, nos llegaba a Nervión otro derbi.
Viviendo en el barrio desde el siglo pasado, que se dice pronto, era la primera vez que veía a tantas niñas vestir la camiseta del Sevilla. Y a otras, con la calor que hacía, no quitarse la bufanda sevillista del cuello. Todas sabían que esa tarde de domingo era especial. Seguramente, la mayoría de ellas se sorprenderían de lo bien que combinan el color del césped con el rojo de la grada, de la acústica de un montón de gente gritando al unísono. Seguramente, la mayoría de ellas, novatas en estas lides, descubrieron el domingo que los grandes palacios no tienen por qué llevar siempre la firma de un tal Disney. Y que los cines del Nervión Plaza cuentan con una sala en el exterior donde también se hacen realidad los sueños a pantalla completa y con una definición de imagen y una calidad de sonido inmejorables.
Fernando Quiñones, escritor gaditano al que admiro y considero un maestro, tenía por costumbre pasear por todo lugar donde hubiera bulla, gentío, personas charlando. El mercado, la plaza, las tabernas… De ahí sacaba sus personajes, su habla, su drama y su trama… Yo no tengo mayor mérito que imitarlo. Y el pasado domingo, en los alrededores del Sánchez-Pizjuán, minutos antes del partido, me llamó la atención un padre iba de la mano con su hija, se paraban a charlar con alguien, un conocido, un amigo, no sé, y él contaba: “Le he dicho a mi hija que hoy es un día muy especial, que juegan las chicas en el Sánchez-Pizjuán, y que el abuelo iba a estar viéndolas en el tercer anillo. Y se ha venido conmigo del tirón sólo por saludar a su abuelo”.
También me fijé, no muy lejos, en la esquina del Novotel, en un grupo de adolescentes en cuya indumentaria no había señal alguna del color rojo, que espantaban el nerviosismo a base de risas impostadas y tímidas miradas cómplices mientras se organizaban para colocarse detrás de una bufanda que, a modo de pancarta, les iba a abrir el camino hasta el templo sagrado del rival. Ellas no necesitaron escolta policial. Más bien al contrario, eran ellos, los uniformados congregados frente a la tienda oficial, los que se apartaban para dejarles el paso libre.
Y para ponerle la guinda al pastel de la fiesta del fútbol, el derbi femenino se unió a la celebración del Día Internacional de las Enfermedades Raras. Un precioso gesto que, permítanme la frivolidad, yo creo que era una llamada de atención a la enfermería del primer equipo, pues no se explica tanto lesionado durante tanto tiempo.
Al respecto, ese mismo día, Antonio, un sevillista desde la cuna, recibía el homenaje de su extensa familia al cumplir sus primeros 90 años. Durante el transcurso de la fiesta le fue entregada una camiseta del equipo firmada por toda la plantilla. Apuesto a que en la tarjeta de felicitación no ponía el consabido y protocolario “Y que cumplas muchos más”, sino un mensaje mucho más directo y apremiante: “Póntela y calienta, que sales”.
Da gusto cuando el fútbol es una fiesta de ida y vuelta, cuando todos defienden sus colores con orgullo, alegría y espíritu deportivo. Qué gran lección dieron las chicas el domingo. Todas. Las que jugaron y las que animaron. Las mayores y las más pequeñas. Las que miraron al cielo y las que no quitaron ojo al césped. Las que se fueron a casa sabiendo que no había sido un partido cualquiera.
En este caso, sí, el resultado nos da igual.
EDUARDO CRUZ ACILLONA