EL CRISTAL CON QUE SE MIRA #178
JOKIN
Si alguien nacido en Utrera es capaz de dar el pregón de Semana Santa de Bilbao bajo la atenta mirada de la Virgen de Begoña, es que algo ha hecho bien en su vida.
Si alguien nacido y bautizado como Joaquín es capaz de que le cambien el nombre en Bilbao y le llamen por el apelativo cercano, cariñoso y familiar de “Jokin”, es que algo ha hecho bien en su vida.
Si alguien que en los inicios de su carrera futbolística fue admitido para ingresar en las filas del equipo palmeril es capaz de recibir uno de los galardones mayores del Sevilla Fútbol Club como es el Banquillo de Oro, es que algo ha hecho bien en su vida.
Joaquín Caparrós, Jokin para quienes hemos vivido en las dos orillas de Nervión, la bilbaína y la sevillana, es un ilusionista en zapatillas de deporte, un mago de andar por casa, un vecino ilustre que baja la basura y que paga religiosamente las cuotas de la comunidad porque sabe valorar a quien le rodea.
Jokin no masca chicle para sacarle mayor sabor a la vida sino para pegar afectos, para unir emociones y talento. Jokin no camina de lado a lado por la banda para dar instrucciones a grito pelado sino para dejar huella de su saber futbolístico y humano.
El banquillo es su hogar y, en contra de las estrechas y limitadas dimensiones del mismo, es capaz de ensancharlo tanto como sea necesario para dar cobijo, consejo y oportunidades a aquellos que le sacan un destello a su mirada visionaria y confiada.
Jokin viste traje porque su forma de entender el fútbol es una fiesta cargada de elegancia. El terreno de juego es una pista de baile y la sinfonía que suena durante noventa minutos tiene detrás incontables ensayos de una partitura que lleva su autoría.
Lejos de comparaciones bélicas, donde los jugadores son guerreros y las victorias son gestas deportivas, para Jokin el fútbol es una sucesión de lecciones de vida, una escuela donde la humildad, el compañerismo, el esfuerzo, el sentimiento y el respeto por la historia de unos colores son titulares indiscutibles en la alineación de sus argumentos.
Jokin es de pueblo, como los grandes sabios. Ha pisado tierra antes que césped, ha sudado todo el frío imaginable cuando llegaba el invierno de los resultados y no ha necesitado ningún avance tecnológico para conectar directamente y sin interferencias con el corazón de toda una grada.
Jokin conjuga el fútbol en presente continuo del verbo “disfrutar” e invita a todos a su fiesta, porque sabe que nada pude salir mal, incluida la derrota, si todos participamos de la misma emoción. Su memoria compite con su corazón por ver cuál retiene más momentos imborrables y siempre presume del mismo escudo por muy diferentes que sean sus camisetas.
Jokin es la honestidad, la tarea bien hecha, el puño cerrado en el pitido inicial y la mano tendida en el pitido final. Jokin es un manual de primeros cariños y de cuidados básicos, un padre exigente en el vestuario y un compañero solidario en la banda, un ideólogo del placer, un currante del compromiso.
Jokin viene y va, pero siempre está. Su sonrisa traspasa mascarillas quirúrgicas y contagia por la vía de la sinceridad. Y ya iba siendo hora de enmarcar el gol average de su trayectoria.
Joaquín Caparros, Jokin, en cualquier equipo del mundo sería un entrenador 10. En el nuestro, en cambio, es un entrenador 16. Sobran las explicaciones. Sobran los motivos.
EDUARDO CRUZ ACILLONA